Lo grotesco de la belleza
(Publicación oficial en la tercera edición del diario de arte La Mata.)
Es evidente que la dualidad se encuentra
presente en cada una de las manifestaciones naturales del ser Heideggeriano[1], entre ellas se incluye a
la humana, la misma que, debido a la complejidad de su desarrollo mental, se ha
visto envuelta en una forma única de percepción con un sin fin de matices a lo
largo del proceso que tiene como objetivo comprender su casi ineludible dogmatismo.
Nos encontramos presenciando una
generación en decadencia – excluyendo los avances científicos y tecnológicos –,
donde el materialismo, el conformismo y la obsesión por alcanzar la perfección
han convertido el sentido de vivir de la mayoría de individuos, en un aspecto carente
de juicio e importancia que determinan las causas suficientes para que el zeitgeist[2] de
esta era disfrute de una etapa de sueño, reduciéndose a una inmanencia vacua y
carente de intereses trascendentales, sin tener nada que aportar del actual
coexistir.
Paralelamente, por consecuencia de la
masificación de medios de comunicación, ha surgido una amplia gama de grupos
alternos a las tendencias establecidas, siendo cabecillas: la rebeldía y la
auto-exclusión de la hegemonía; juntas, reforman alternativas ante la prisión
mediática que, en este caso, radica en la tendencia por apreciar la belleza en
lo convencionalmente considerado "grotesco".
Según el filósofo católico Tomás Aquino, la
belleza es aquello que agrada a la vista, no obstante, debido a la presencia de
la relatividad y el "libre albedrío" de cada ser, lo bello no es algo
concreto o algo que solo sea considerado como tal si cumple determinadas
características – aunque nos hicieron creerlo así – la belleza va más allá de las limitaciones,
es algo diverso, sustancioso y atrayente que revela inconscientemente los
reflejos del ego de cada individuo; por
consiguiente, tanto en su curioso ritual físico como etéreo, la muerte,
comprendida desde un plano más elaborado, ha sido producto de fascinación para
miles - tal vez millones - quienes más allá del repudio, han encontrado dentro
de su enigmático proceso una experiencia estética.
Personalmente, considero alucinantes los
temas taboo de toda índole y el deceso no es la excepción. Podría afirmar que este
gusto culposo tiene su origen en la falta de conocimiento de la colectividad –
y principalmente la carencia de criterio – que se tiene sobre estos tópicos, lo
cual ha despertado en mí una inmensa curiosidad que incita a investigar y
realizar profundas reflexiones sobre estas situaciones y las que circundan de
manera discreta. En consecuencia, siento – sentimos – por obligación cambiar de
perspectiva, aunque siempre abierta al cambio, junto con el parecer que tenía
implantado por la sociedad, transformando al cuestionamiento en una adicción,
al igual que a la re-interpretación de estos sucesos considerados como mórbidos
porque, siendo realistas, las cosas no tienen el grado de malicia que
aparentan, siempre y cuando mantengamos una postura amplia y abierta al cambio;
de hecho, Kant mencionaba en su Crítica
del juicio (1791) que los gustos que diferencian a lo agradable de lo bello son
sus distintas formas de percibir la belleza, en este caso, al gusto por lo bello lo llama: gusto de reflexión, un enunciado que podría justificar la
apreciación de belleza en lo “no convencional”.
Para no profundizar tanto sobre enunciados
filosóficos, simplemente tomaremos como referencia al gusto de reflexión como justificación ante la posibilidad de
exponer, desde diversas manifestaciones artísticas, por supuesto, cómo algo
considerado grotesco puede contemplarse de manera lógica desde una perspectiva
distinta y positiva, siempre y cuando se comprenda, aunque sea en una pequeña
fracción, el porqué de su ser, considerando
acciones (por ejemplo el surgimiento de nuevas formas de vida en base al deceso
de otra) tanto a priori como posteriori que devienen de este suceso y el de
muchos otros no mencionados.
Resulta inevitable no profundizar sobre el tema la relatividad en la belleza, sobre todo si comenzamos a considerar factores precisos como la cultura y religión, sin embargo, basta con tener un poco de curiosidad y empatía hacia lo extraño/desconocido para encaminarnos como neonatos en el largo camino del entendimiento humano que, aunque infinito, resulta ser un asunto fascinante para algunos, donde surge un ligero interés hacia lo que va más allá de la cotidianidad, desatando esa inquietante necesidad por saciarse del hambre de conocimiento.
[1] El ser según Heidegger "distinto a la esencia": este
"ser" es la existencia general (no esencia de esto o
aquello, sino materia indefinible) y la estructura o esencia
general que atraviesan todos los entes. La culpa de esta imprecisión es
imputada a Heidegger, quien juega con la palabra "ser",
atribuyéndole un doble sentido.
[2] Se refiere
al clima intelectual y cultural de una era.
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